Una de las finalidades principales de los asentamientos humanos ha sido la de ofrecer protección frente a las incidencias climáticas o fenómenos meteorológicos extremos. Como consecuencia, actualmente contamos con ciudades preparadas para resistir el impacto de un terremoto o los efectos del huracán.
En las últimas décadas, el cambio climático ha incrementado la periodicidad de muchos fenómenos naturales extremos y el aumento de la temperatura global provoca que cada vez sean más recurrentes las olas de calor, que afectan especialmente a las ciudades debido al denominado efecto “isla de calor urbano”.
El exceso de asfalto en comparación con las zonas verdes, la concentración de tráfico y el efecto invernadero provocado por la contaminación son algunas de las causas que explican porque la temperatura media en las ciudades es superior a la de su entorno. Esta situación hace que las olas de calor sean incluso más peligrosas para la población vulnerable de un entorno urbano y ha sido la causa principal por la que muchas ciudades han puesto en marcha estrategias orientadas a crear refugios climáticos.
Estos refugios buscan ofrecer cierta seguridad ante las temperaturas extremas y comenzaron a desarrollarse en los años 90, cuando las ciudades de Chicago y Nueva York instalaron los primeros “puntos de refrigeración”; un concepto que ha evolucionado hasta el concepto actual de refugio climático.
Los primeros refugios climáticos de España
Barcelona fue la primera ciudad de nuestro país en adoptar la instalación de refugios climáticos en puntos concurridos de la ciudad en el año 2010. Sin embargo, las primeras medidas se limitaban a la apertura de bibliotecas y centros comunitarios durante las horas de más calor para que la gente pudiese entrar a refrescarse y evitar una exposición prolongada al calor.
Actualmente, la mayoría de las ciudades españolas sometidas a las altas temperaturas del verano, como Sevilla, Madrid o Valencia, adoptan cada año nuevas propuestas para evitar los efectos de las olas de calor, que incluyen campañas de concienciación y recomendaciones, especialmente en los focos turísticos, toldos que ofrecen sombra en las calles más concurridas, la apertura de espacios públicos refrigerados y más fuentes de agua potable en las que refrescarse e hidratarse.
El año 2023 fue el más caluroso de la historia en España desde que se tienen registros y en 2024 se prevén nuevas olas de calor que hacen necesaria la planificación de una red de refugios climáticos en las ciudades del sur e interior del país, las más azotadas por las altas temperaturas; llegando a superar los 40ºC en localidades como Sevilla.
Afortunadamente, las administraciones públicas son cada vez más conscientes de que los refugios climáticos pueden salvar miles de vidas y cada vez se plantean estrategias más ambiciosas y proyectos de planificación urbana que incluyen el aumento de las zonas verdes y la instalación de fachadas vegetales que permitan refrescar y humedecer el aire; así como actuar a modo de refugio frente al calor al ofrecer espacios frescos a la sombra.
Sostenibilidad frente a las olas de calor
La sostenibilidad urbana cumple un papel fundamental en la adaptación de las ciudades a un nuevo modelo resiliente frente al aumento de las temperaturas. Además de mitigar las emisiones de CO2 a través de una mejor eficiencia energética de su parque inmobiliario y de una limitación del tráfico motorizado, los ayuntamientos deben impulsar los proyectos de regeneración urbana que apuesten por un aumento de los parques y jardines.
La vegetación autóctona es una de las fórmulas más eficaces para mitigar el incremento de calor en las ciudades, pero existen soluciones sostenibles en ámbitos como el de la pavimentación. Las aceras y el asfalto se fabrican con materiales como brea, grava o roca triturada que en verano pueden alcanzar temperaturas superiores a los 60ºC. Esta circunstancia convierte los pavimentos urbanos en un factor determinante en el origen de la “isla de calor urbano”.
La solución ideal es fomentar suelos permeables con escorrentías cercanas al 90%. De esta manera se consigue filtrar parte del agua de las precipitaciones para amortiguar el calor y contribuir al crecimiento de especies vegetales en las zonas ajardinadas.
Las metodologías como BREEAM ES Urbanismo ofrecen una guía de medidas sostenibles que facilitan el trabajo de los organismos públicos y privados a la hora de planificar un desarrollo sostenible, seguro y resiliente ante las olas de calor.